martes, 13 de abril de 2010

EL LOCO El héroe de la historia, Hajo Banzhaf


¿No es extraño que de todas las personas sea precisamente El Loco el vencedor en este gran viaje? Hoy en día tenemos del héreo una idea completamente diferente: esperamos que sea valiente, fuerte, firme, inteligente, con aura de eterno ganador. Con una mirada retrospectiva podremos comprobar, sin embargo, que estos bravos héroes incencibles son bastante recientes, aunque algunos de ellos, como Gilgames, Heracles, Orión o Perseo forman parte de la historia hace tres o cuatro mil años. Este tipo de héroe, claramente masculino, es propio de los albores del patriarcado, y básicamente distinto de los posteriores, con los que también estamos familiarizados, y que siguen vivos a través a través de la tradición oral, en nuestros cuentos de hadas y leyendas. En estos casos, al menos al principio, el héroe no es particularmente valiente, fuerte, galante ni hábil. Suele ser más bien el joven, el tonto o el loco. Y no deja de ser interesante que sea precisamente el “simple” quien lleve a cabo con éxito la gran tarea. Todas las historias tienen un patrón similar. Cuentan, por ejemplo, cómo una gran sombra cae sobre un reino floreciente, y el rey manda a buscar un héroe dispuesto a salvar sus tierras del peligro amenazador. Normalmente, el rey tiene tres hijos. Los dos mayores manifiestan de inmediato su voluntad de ponerse en marcha y solucionar el problema. Son más o menos sinceros, pero aunque intentan salir airosos de la prueba, no lo consiguen. Cuando el hijo menor se prepara también para intentarlo, todos se ríen de él, dándolo por perdedor. Y aunque sabe que no es particularmente inteligente, valiente o hábil, decide igualmente asumir el riesgo. Luego de muchas pruebas y extraordinarios acontecimientos, acaba haciéndose con el tesoro escondido y difícil de encontrar, y lo lleva de regreso a casa, liberando así al reino de la terrible amenaza (1). El rey habría creído a cualquiera capaz de tal hazaña, especialmente a sus hijos mayores, que le parecían mucho, y que eran casi tan inteligentes y valientes como era él, o como lo había sido sido alguna vez. A su hijo menor, en cambio, no lo veía como a un héroe. Este es el curioso mensaje que encierran todos los cuentos conocidos, procedentes de pueblos del mundo entero: La persona que consigue encontrar la solución al gran problema es precisamente aquella que creíamos incapaz de hacerlo. Marie-Louis von Franz nos da la explicación: “El simple”…, dice ella, “simboliza esencialmente la personalidad íntegra y genuina…Esta integridad es más importante que la inteligencia, el autocontrol o cualquier otra cosa. Es en esta naturaleza genuina donde radica la salvación de la situación” (2). Sería prematura y a la vez erróneo sacar la conclusión de que este es el viaje de El Loco. Aunque es verdad que el héroe comienza el viaje como El Loco, es capaz de evolucionar con gran rapidez. Al final de la historia, sin embargo, debe adoptar una actitud modesta y sencilla, similar a la que inicialmente tenía. Nos recuerda a Perceval, que se adentra en el mundo vestido como un loco y, como él, encuentra el Castillo del Santo Grial al final de la historia. También aquí vemos aparecer a El Loco como un tonto simple al principio del relato, emergiendo más tarde como El Loco sabio.

Las cartas muestran a El Loco acompañado por un perro que simboliza el poder de los instintos, que lo protege a lo largo del camino y sale en y sale en su auxilio cuando lo necesita. A pesar de encontrarse al borde del abismo y de no ser consciente de ello, nunca llega a caer. El ladrido del perro lo pone sobre aviso o, más probablemente quizás, siente el impulso de seguir en otra dirección, sin llegar nunca a darse cuenta lo cerca del peligro que ha estado. Las montañas cubiertas de nieve que conforman el escenario de la carta representan las cumbres que aún le quedan por escalar en su viaje, y que son el hogar del Ermitaño. Es la meta de la primera parte del viaje, al final de la serie de cartas impares: el conocimiento, o más exactamente, el autoconocimiento. Todo lo que lleva El Loco en su viaje está dentro de su hatillo, y ello y ello ha dado lugar a todo tipo de especulaciones. La mejor explicación se la debemos a Sheldon Kopp, que llamó al hatillo “la Bolsa del conocimiento no usado” (3).



Las cumbres cubiertas de nieve en horizonte de El Loco nos muestran el mundo donde El Ermitaño se siente como en su propia casa. Representan las alturas de la sabiduría que El Ermitaño ha alcanzado, pero que El Loco aún debe escalar.

Con ello expresa la típica y a la vez interesante actitud de El Loco: no sabe nada o no hace uso de lo que sabe aunque, en contrapartida, sus conocimientos jamás le bloquean u obstruyen. En cierto sentido personifica al niño que todos llevamos dentro que, como al resto de los niños, le encanta probar siempre cosas nuevas y coger caminos imprevisibles. No cabe duda de que esta actitud abierta y libre de condicionantes es la ideal para el aprendizaje de cosas nuevas. Waite llamó a esta carta “la mente en busca del conocimiento”.

Sin embargo, cuanto más adultos nos vamos haciendo, más tendemos a reafirmarnos en nuestras convicciones y opiniones. Dando por sentado que estamos siempre en lo cierto, sin excepción, perdemos todo interés por conocer cómo se ve la realidad más allá de nuestras ideas. Vivimos en un mundo de conceptos, a los que con gran orgullo llamamos conocimiento pragmático, y que bloquea nuestra capacidad de abrirnos al conocimiento que procede de nuestro interior. Nos aferramos a aquellos juicios e imágenes que nos infunden una cierta sensación de seguridad, aunque la realidad es bien diferente. Nuestra vida se vuelve aburrida, rutinaria y monótona, y al no surgir cosas nuevas e intensas que nos ilusionen, la alegría de vivir se marchita en nosotros. Y, qué duda cabe, la realidad nos da alcance, una vez tras otra, haciéndonos reconocer, en nuestras crisis, que nuevamente nos hemos hecho de ella una idea equivocada.

Por el contrario, El Loco representa el lado alegre y sin grandes complicaciones que también tenemos, a quien la perfección o los errores le son completamente indiferentes. Con alegría y de forma desenfadada va por la vida probando cosas nuevas, sin temor a equivocarse, a hacer el ridículo. Si algo no funciona, simplemente lo vuelve a intentar hasta que lo consigue o hasta perder el interés. Le gusta experimentar ese sentimiento de felicidad que nace del corazón, y se sorprende ante la cantidad de posibilidades, la gran variedad de cosas que la vida y el mundo le ofrecen.


PALABRAS CLAVE:

ARQUETIPO: El niño, el ingenuo, el simple.

TAREA: Probar cosas nuevas. Ausencia de prejuicios, aprendizaje lúdico.

META: Alegría de vivir, experiencias adquiridas de forma lúdica.

RIESGOS: Torpeza, confusión, descuido, tontería.

SENTIMIENTOS VITALES: Espíritu aventurero, curiosidad, fuertes instintos, actitud abierta, capacidad de asombro, alegría despreocupada, deseo de probar cosas nuevas.


(1) Naturalmente, hay muchos equivalentes femeninos de la historia, en los que la hija pequeña, a diferencia de sus −frecuentemente− malas hermanas, es la heroína. Por ejemplo, Cenicienta, Psique, o la hija pequeña del Rey Lear.
(2) Marie-Louise Von Franz, Shadow and Evil in Fairy Tales, Zúrich, Spring, 1974.
(3) Sheldon B. Kopp, The Hanged Man, Palo Alto, CA, Science and Behavior Books, 1974, p.7.


Banzhaf Hajo, El Tarot y el Viaje del Héroe, Los Arcanos Mayores, El Loco El héroe de la historia, pp. 41-45, Editorial Edaf, S.A., Madrid, 2001.

La carta pertenece al diseño de Tarot de Arthur Waite.

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